LITERATURA - LEHMANN, PROVINCIA DE SANTA FE, ARGENTINA
Colaboracón literarÃa de la colega porteña Sandra Viviana Pereyra Escobar, a quien agradecemos su generoso aporte a la página.-
Lehmann, Pueblito al que amé, disfruté junto a mi familia, y mis tíos, estas son algunos de los recuerdos y anécdotas que puedo contarles ...
Dra. Sandra V. Pereyra Escobar
Cuantos recuerdos me trae Lehmann ... el pueblo, la plaza, los vecinos, las chicharras cantando al sol por las tardes soleadas, la Tía Bety, el nono Graff, la abuela Hermelinda, Marcelito, el tío Hugo, las lecturas, los paseos, Marta, el gallinero, las cartas, los veranos.
Pueblito mágico donde me gustaba pasar los veranos, diría que, casi desde navidad, hasta enero y febrero, pasábamos, largos veranos allí, nada era como en la capital, todo me llamaba la atención, el paseo en la plaza, las flores, y rosales en los canteros, el olor especial que sentía en el pueblo, el canto de los grillos durante las siestas y tardecitas, cantando al sol, los vecinos del pueblo, las amigas de Marta. Los vecinos salían a recibirnos, desde la vereda y a los gritos, cuando nos veían llegar, dándonos la bienvenida, diciendo: “llegaron los porteños, llegaron los porteños”; El bar, que estaba frente a la plaza, donde el nono Graff se tomaba un anís, el olor del anís era especial, inundaba el lugar, los gringos, como los llamaba tia Bety, los Bonetos vecinos de tía, los bellos y enormes árboles, los patos, los sapos, el campo, el todo en esos veranos especiales.
Desde pequeña, creo que contaba con cinco o seis años, íbamos a pasar las fiestas de navidad y año nuevo a Lehmann, con tía Bety, quien en realidad, no era tía de sangre pero, se decían hermanas con mi madre, y así lo parecían, eran unidas, siempre juntas, las recuerdo lindas, animadas, sonrientes, con sus minifaldas y su espléndida juventud. Cada verano ellos nos esperaban y nosotros estábamos prestos y ansiosos para partir. En algunas ocasiones también solíamos ir en vacaciones de invierno.
Cuando cumplí mis 15 años, fue la primera vez que viaje sola en micro, desde Retiro hacia Lehman, fue mi primer viaje largo, mis padres me acompañaron a la terminal y esperaron a que subiera al micro, dándome montones de explicaciones y recomendaciones, desde Capital el viaje seria hasta Rafaela, Provincia de Santa Fe, cuanta expectativa tenia, no sentía miedo de viajar sola, que feliz estaba. Debía bajar en Rafaela y desde allí, en la terminal, tomar otro micro hasta el pueblo, mi pueblito amado. Allí me esperaban, los tíos, la abuela y mi prima Marta.
Tía Bety, estaba casada con el tío Hugo, amigo de la infancia de mi padre. Ellos se conocieron en el barrio de Pompeya cuando aún eran unos mocosos y la amistad duro hasta la muerte del tío, la que ocurrió muy temprano. Una vez casados ambos, siguieron siendo amigos y así las respectivas esposas e hijos, seguimos como familia. Que lindos esos tiempos, mis padres jóvenes, mis hermanos pequeños, el nacimiento de Marcelito, quien era un ángel, también él tuvo su partida muy jovencito, creo que contaba con 20 o 21 años, volviendo de un baile lo llevó por delante un micro de larga distancia, cuando el volvía de Sunchales en su moto por la ruta, qué tragedia, cuanto dolor para esa madre que jamás encontró consuelo. Tengo los más hermosos recuerdos de él, de pequeño, cuando aprendió a caminar, su bautismo, sus visitas a casa en Lugano, su forma de hablar dulce y pausado, su carita de ángel redondeada, sus formas, siempre me llamaba en diminutivo y así lo hacía con todos, Sandrita, así me decía, ... Fue un horror lo que ocurrió con Marcelito, lo pasaban por la radio y hasta en los diarios, salió la noticia del accidente fatal. Pero este sería un tema largo para contar y poco feliz, prefiero quedarme con el recuerdo de su dulzura.
Éramos tan felices en Lehmann, me atrevo a decirlo en plural ya que incluyo a toda mi familia. En aquel pueblito, pequeño pero lleno de magia, así lo recuerdo, así lo viví. Lo adopté como propio durante todos los veranos de mi infancia y adolescencia... Obvio que la magia además estaba en las personas, Marta era una pieza importante y especial en la familia de tía Bety, ella me enseñó lo bueno de la diversión, de las amigas, mis primeras salidas, la lectura, así como también me enseñó lo malo y la desilusión.
Los primeros viajes fueron realizados en tren, la familia en pleno, mis padres y nosotros tres, toda una osadía de parte de mi padre, llevarnos en tren así fuésemos sin lugar y apiñados, siempre viajamos para pasar navidad y año nuevo en Lehmann y cuando no conseguíamos lugar para viajar cómodamente en micro, en algunas oportunidades debimos hacerlo en tren, sin lugar asignado, recuerdo la vez que viajamos en el fuelle de la unión de los vagones, porque no encontrábamos pasajes en ómnibus o en tren con asientos de primera. Que miedo me daba viajar así, estaba aterrorizada, ese viaje quedó grabado en mi memoria, el ruido incesante de las vías rozando con las ruedas del tren, mirar hacia abajo y ver las vías, pero lo importante era llegar.
Cuando papá tuvo su primer automóvil, comenzamos a viajar cómodamente, las largas horas de ruta, yo me preguntaba ¿ cómo sabía mi padre ir por esos lugares inhóspitos y desconocidos? ¿cómo sabe el camino de la ruta? El, incansable manejaba hasta llegar a alguna parada obligada para luego seguir; árboles, campos, ruta, carteles verdes con indicaciones, y las paradas obligadas, las que eran parte interesante del viaje, ya que aprovechábamos para pasear un rato, y así, conocí por primera vez Rosario, recorrimos la estación, compramos regalos para llevar, además de los que siempre estaban en las valijas, guardados desde casa, que lindo llegar y ver la cara de felicidad de los tíos.
Marta, era una pieza especial en la familia, unos pocos años más grande que yo, tres o cuatro, no lo recuerdo con exactitud, era la hermana de crianza de tía Bety; su madre biológica la dejó al cuidado de la abuela Hermelinda, supongo que por ello era así, ¿sentiría dolor, bronca, ...? , en varias de nuestras conversaciones me contó que odiaba a su madre, quien la dejó al cuidado de la abuela, pero nunca la abandonó, ya que siempre la visitaba, aunque nunca coincidimos en ningún verano para poder conocerla. Marta tenía una mente brillante, además de perversa, como podría llegar una niña o adolescente a ser tan malvada, casi como si fuese un adulto. Yo no tenía maldad, era una pequeña, no estaba con otras personas que no fueran mi familia, o los niños del colegio, a quienes solo frecuentaba durante el horario de clases. Ella era pura malvada, aunque para mí, era un ídolo durante largo tiempo, por un lado, era quien me enseñaba, desde sus más pequeños secretos, una foto secreta, sus noviecitos, sus amigas más grandes, las salidas al baile, las salidas al campo, los secretos del pueblo, me llevaba a pasear al campo, uno de los secretos a voces, que me contó, fue que el cura de Lehmann tenía un hijo, luego de saberse en todos lados, este dejó los hábitos. Yo la adoraba, la admiraba, compartíamos el veranos, las siestas en el gallinero donde pasábamos largas tardes charlando mientras ella tejía y todo me parecía mágico; con ella aprendí a escribir mis primeras cartas, nos carteábamos durante todo el año, eran de esas cartas que se escriben sobre una hoja de papel, de puño y letra, y se enviaban por el correo, en un sobre con los datos del remitente y del destinatario del lado opuesto del sobre, durante años fue así, hasta que llegaban las vacaciones tan ansiadas y nos contábamos todo lo ocurrido. Qué lindo se sentía recibir cartas de Marta, leerlas y contestarlas, ir al correo corriendo, esperar la respuesta. También hacíamos llamadas telefónicas, yo podía llamarla desde mi casa, pero ellos debían ir a la telefónica para hacer o recibir el llamado.
Fue Marta, quien me ocasionó mi primera desilusión, yo contaba con tan solo seis años, los seis años de antes, ya que actualmente los niños de seis, son más despabilados y tienen más acceso a las conversaciones de los adultos, casi a mis sesenta puedo sentir el quebranto y descontento, sin poder creer lo que Marta decía. En esa época creía en los reyes magos, en Papá Noel y en todo lo que mis padres decían. Un 6 de enero, Marta, se encargó de desmentir mis infantiles creencias, qué mal me sentí ese día, tanto que hasta hoy lo recuerdo, fue tan cruel, directa e implacable. No fue esta la única vez que Marta me hacía pasar por situaciones similares, fueron varias las veces que viví momentos desdichados, ya que ella nunca disminuyó su crueldad. De todas formas yo la quería tanto, era mi prima mayor, la idolatraba. También fue ella quien me enseñó el gusto por la lectura, un verano me dio un libro, “Desde el Jardín” y me lo devoré, ese fue mi primer libro.
Marta tejía como los dioses, un verano fui a Lehmann y estaba haciendo unos sacos tejidos a mano, a dos agujas, los tejía de maravillas, prolijos y rápido, luego los comercializaban en Mar del Plata.
La quería tanto, era mi prima mayor, de ella aprendía todo. Me contaba sus amoríos, sus salidas, sus secretos. Fue Marta quien me llevó a mi primer baile en Rafaela, era un club, allí los varones, invitaban a bailar a las chicas, quienes estaban sentadas alrededor de una mesita, mientras ellos caminaban formando un circulo, si te miraban y te hacían una seña con la cabeza, moviéndola hacia un costado, significaba que te invitaban a bailar. Qué vergüenza me daba, nunca pude mirar a nadie y obviamente tampoco bailaba, supongo que tenía 13 o 14 años, me daba la impresión de que podrían estar mirando a otra persona que estuviese detrás mío, las amigas de Marta y ella misma bailaban entusiasmadas, qué divertido era todo para mí. Otro baile fue en una casa lujosa en el medio del campo, cuánta gente linda, rubias de pelo lacio y largo, como salidas de una telenovela.
Con el tiempo nació Marcelito, único hijo de los tíos Bety y Hugo, luego, siendo muy pequeño el niño, ellos se separaron, nunca supe el motivo. Tengo que decir que Marcelito heredó el carácter bonachón y tranquilo del padre, siempre sonriente y de buen humor. Los tíos una vez casados se fueron a vivir a Sunchales, pueblo cercano a Lehmann, pero no duró tanto. Allí tuve una mala experiencia con un hombre mayor, siendo una niñita de 6 años, este mal parido abusó de mí, sentándome en su falda como si se tratara de un amable viejito, tocando mis partes íntimas, por años callé mi secreto y siendo ya mayor se lo conté a mi madre, quien poco hizo con mi comentario, cuántas atrocidades pasamos algunos niños, sin saber qué hacer con ello.
La casa, la comida, las habitaciones, el baño afuera, los patios, la bomba de agua , todo era distinto al departamento en el que vivíamos en Capital Federal. Lo que más me llamaba la atención eran los animales, el gallinero, los patos, las gallinas, los sapos, las ranas, los cuises, los cerdos, las vacas. Tía Bety hacía ñoquis caseros, mataba a los animales con una destreza total, no voy a decir que nunca me dio repulsión, porque estaría mintiendo, nada era igual que en casa, donde se acudía al supermercado a comprar y nunca veía a un animal vivo que luego pasara a la olla, tía pelaba y destripaba las ranas, descogotaba a las gallinas, mataba a los canchos; qué impresión me daba comer luego, casi no comía, ya que de la fuente, salían las garras del pollo, aterrorizándome, además de tener un toque rústico, las cosas eran muy diferentes a las de nuestra casa, donde se compraba el pollo totalmente desplumado, sin garras, sin piel, sin cabeza, no, no podía comer. Lo que sí disfrutaba eran los mate cocidos con leche que hacia la abuela Hermelinda, esa leche que traían del tambo, cremosa, gustosa, ni qué hablar de los fiambres caseros, del pan amasado, de las tortas dulces, qué delicia.
En el primer patio había un enorme árbol que daba sombra a la mesa de piedra con sus bancos a juego, al costado la bomba de agua, salía fría y rica, diferente pero rica, allí pasábamos mucho tiempo. Al lado de la mesa, de las ramas de un sauce llorón, colgaba una hamaca, que el abuelo Graff había hecho con una goma de auto y unas cuerdas gruesas. Separado por alambre estaba el segundo patio, el que contenía una cocina, un horno de barro, otros árboles y el baño, al que había que atreverse a ir de noche, en realidad no íbamos.
En general comíamos afuera, ya que Santa Fe tiene veranos intensos, calor y humedad, y allí debajo del árbol se estaba más fresco. La casa era sencilla, ambientes grandes, un comedor que nunca se usaba, una cocina y dos habitaciones, lo más importante eran los patios y el gallinero que llegaba hasta la siguiente cuadra, allí pasábamos largas horas de charla, mientras Marta tejía y contaba sus andanzas, yo observaba con curiosidad todo lo que ocurría a mi alrededor, los patos, sus patitos en hilera, las gallinas a las que le tenía terror, sus picos sus garras los ojos, todo me daba miedo, y si los sapos aparecían podía saltar de un brinco a la silla o hasta a la mesa de piedra. El gallinero era el lugar para pasar la siesta lejos de los adultos, que, a esa hora dormían obligatoriamente, nosotras con Marta charlábamos y nos reíamos tan fuerte, que por ello debíamos estar alejadas de las habitaciones. La casa tenia salida por las dos cuadras, atrás se encontraba el estanque australiano, que usábamos de pileta de natación, qué divertidos esos veranos junto a Marta y mi hermano Hec, él es dos años menor que yo, y con Marta lo asustábamos, diciéndole que las hojas que caían de los árboles en la plaza, eran vampiros, pobre mi chiquito que de noche soñaba con ello, y mi madre al saber de lo dicho nos retaba.
Tía Bety era una morocha imponente, de enormes ojos, mi madre rubia y blanca como la leche, ambas de cuerpos redondeados, tal como se usaba en los 70. Eran unidas como verdaderas hermanas. Tía luego de estar viuda, volvió a casarse, ahora su esposo pasaba a ser el tío Ismael, él construía silos en el campo, era ingeniero, su unión con tía duró hasta el fin de sus días, quedando tía nuevamente viuda y sola.
Una vez, los adultos se fueron a pasear a Rafaela, y quedamos solos con Marta y Hec, él ya contaba con 14 años, sabía manejar, así que tomamos el automóvil de Ismael, que estaba estacionado en la vereda con las llaves puestas y salimos a dar unas vueltas, mi hermano manejaba, con tan mala suerte que, la puerta del auto se atascó y dábamos vueltas, al campo, al canal, y a la plaza, con la puerta del auto abierta, qué ilusos pensar que nadie se daría cuenta de la travesura, cuando Ismael regresó, no sé si alguien le dijo lo ocurrido, o él se dio cuenta de que algo no estaba igual, lo cierto es que estaba hecho una furia, nosotros tres, entrábamos y salíamos de la habitación en fila india, no nos despegábamos el uno del otro, temíamos por lo que habíamos hecho. Después del reto solo nos quedó la anécdota y nos reíamos por lo que paso, Ismael sin embargo seguía enojado.
Lehmann fue lo más lindo en mi infancia y adolescencia.
CABA, Junio de 2022.-